El núcleo central - y esencial - de la historia americana de
estos 500 años ha sido el choque interétnico ocurrido a partir
de la llegada de los europeos, sin olvidar los miles de años anteriores
y su mensaje que muy a veces nos llega como un lejano llamado cósmico.
Inexplicablemente - o explicablemente, por aquello del etnocentrismo
- la mayoría de nuestros historiadores, Levillier, Levene, Sierra,
Palacio, Rosa, hasta el notable Busaniche, ignoraron o subestimaron esos dos
hechos sin los cuales todo pierde sentido y así, lo más obvio
fue lo más ignorado, sustituído por máscaras simbólicas,
mera anécdota. Presentan el “descubrimiento” como esencial pero omiten
sus consecuencias en el entramado de las relaciones interculturales iniciadas
entonces, sustancia que describe rigurosamente nuestro ser, reemplazada por
una morosa crónica de la hispanización administrativa del Continente;
quedándose en la punta del ‘iceberg', en la superestructura estatal,
militar y eclesiástica, conmoviendo mentes sólo atentas a una
visión superficial cuando no política de las cosas.
Durante casi cinco siglos, los tejidos étnicos y sociales
del nuevo mundo son actores de un complejo contacto entre las dos culturas,
sí, pero con los invasores peninsulares en apabullante minoría
demográfica frente a las vastas masas de indígenas, mestizos,
africanos y criollos. [1] Aquellos
hicieron la historia política, éstos la antropológica
y ontológica. Y es que hay un amplio abanico cultural amerindio, donde
no valen los “decretos” que emite la minoría étnica, con todo
su poder. Son los rasgos biológicos heredados [2], la idiosincracia y su manifestación más visible:
la lengua, cosmovisión, lectura del Universo.
Como los historiadores, tampoco los lingüistas han tenido actitud
ni aptitud para realizar la gran investigación sobre los contactos
interlenguas ocurridos y sus consecuencias en los sistemas encontrados: las
formaciones dialectales del español, reelaborado en el prodigioso crisol
de las lenguas aborígenes. Paradójicamente, será un
poeta [3] el que diga esta realidad:
“Fue contienda también la del Idioma
dura guerra también, sorda batalla,
entre un bando de oscuros ruiseñores
con su pico de sierpe acorazada
y zorzales y tímidas bumbunas
que la voz y la sangre circulaban
del abuelo diaguita o michilingue
con persistencia de remota llama.”
Y téngase en cuenta que estas sabias observaciones sobre “fonología
suprasegmental”, no las formula un científico, sino el artista, por
vía intuitiva. Y será también otro poeta, nuestro entrañable
Don Atahualpa Yupanqui, quien dictamine [4]: “El quechua es el latín de América”, igualmente,
aludiendo desde el shunko, desde el corazón, al hecho etnolingüístico
fundamental, la poderosa influencia ejercida por el idioma ancestral en nuestros
hábitos más profundos.
Y Agüero seguirá con la evocación crónica
de esas relaciones interlenguas:
“Pero la lucha prosiguió en la sombra,
una guerra de acentos y palabras,
de fugitivas voces y vocablos
con las venas sangrantes que buscaban
refugiarse en la frente o esconderse
en la nocturna claridad del alma.”
Como el autor de este libro me autorizara generosamente a exponer aquí
esta hipótesis sobre nuestra formación etnolingüística,
daré solamente algunos ejemplos quizás más demostrativos
que un postulado teórico.
Los rasgos aborígenes de las distintas variedades del español
americano, más o menos desviados de la matriz metafónica y
gramatical, se explican por gramática comparada de las respectivas
lenguas. El hecho de que los peninsulares nativos fueran una minoría
más cercana al 1/1000 que al 1/100, permite inferir que, de hecho,
el español ingresó y fue reestructurado desde el acento, la
curva tonal, la fonética, hasta la gramática y la semántica,
por hablantes de idiomas amerindios, con los cuales no tenía semejanzas
tipológicas, genéticas ni difusionales. De allí derivan
infinitas relaciones interlenguas, como este típico ‘calco' morfológico
en el Noroeste Argentino: [5] saqepusunaypaq
, oración monovocablo de raíz y sufijos:
/ saqe _pu _su _na _y _paq
/
1 2
3 4 5
6
que el hablante reproduce matemáticamente, auténtico algoritmo,
demasiado evidente para atribuirlo a casualidad:
“para que yo te lo
deje”
6
4 5 3 2
1
en una increíble correspondencia de morfemas.
Para terminar, evocaré el típico ‘andinismo' “llevarse
bien”, uno de tantos atajos o creaciones con que el heredero de la lengua
ancestral resuelve la traducción de una voz y un concepto ajenos a
su universo cultural y lingüístico. La palabra “amigo”, traída
por los españoles que no tiene equivalente en una cultura donde la
reciprocidad es la clave de las relaciones, tanto sociales como con lo divino.
“Llevarse bien” traduce literalmente un verbo conjugado quechua: apanaku-
= /apa- / ‘llevar' + /_naku / sufijo derivacional de
reciprocidad concordante, en el cual va implícita la idea de “bien”,
como en este testimonio oral anónimo recogido en Ecuador: [6]
Imbabura urquqa muzuraqchashpaqa tukuylla
urquwanmi apanakushpa kawsaq kashqa nin
Dicen que el Cerro Imbabura había vivido,
llevándose bien, con todos los otros cerros
Una última observación: cuando se comprueba que un idioma es
reelaborado según los códigos más profundos de otro,
más nuestro, y transmitidas sus consecuencias de generación
en generación, como auténticos automatismos, ¿puede tener
importancia que en España ocurrieran usos parecidos?. Pura coincidencia,
nada más.
Respecto a esta lingüística quechua santiagueña
de Jorge Alderetes, sólo diré que
continúa la tradición de los pocos auténticos investigadores
que hemos tenido en la Argentina: Samuel Lafone a fines del siglo pasado
y Ricardo L. J. Nardi en éste. Intenta y lo logra, una rigurosa descripción
del habla de nuestros paisanos ‘mistoleros', felizmente liberada del esclavizante
cepo latino a que por tanto tiempo se la condenó.
Rumiñawi, Cordobamanta, 1993.
Rumi Ñawi
Director del Centro de Investigaciones
Lingüísticas "Ricardo L.J.Nardi"
Córdoba - República Argentina
info@cil-nardi.com.ar
[1] Los blancos en América son respectivamente 1/100
Siglo XVI, 7/100 Siglo XVIII y 18/100 en 1816. Cf.: Lafon, C.R. y Bustinza,
J.A. (1987:253) “Historia Precolombina y Colonial Americana”. Buenos Aires:
A-Z Editora. Regresa a
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[2] Cf. Mane Garzón, Fernando y otros (1988), “Presencia
de la mancha mongólica en los recién nacidos de Montevideo”,
Uruguay. Investigación estadística realizada en el Hospital
Manuel Quintela según la cual el 41,59% de los montevideanos denotan
rasgos genéticos aborígenes o africanos, en el país que
se proclama el más blanco del Continente.Regresa a página principal.
[3] Cf. Agüero, Antonio Esteban “Digo la Tonada”, San
Luis, Rep.Argentina.Regresa
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[4] Cf.Doerflinger, Enrique (1992) “La palabra del hombre”,
en Revista Nueva Nº14, Tucumán, Argentina.Regresa a página principal.
[5] Cf. Carrizo, Juan A.(1935) “Cancionero Popular
de Jujuy”. Testimonio en quechua Nº 3979.Regresa a página principal.
[6] Cf. Fausto Jara J. (Compilador) (1981: 13-14) “Imbabura
Cuyanacuymanta”, en “Taruca”, Quito.Regresa a página principal.
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